Viu Manent General

La Nueva Vida de Colchagua, Revista Wiken.

Janeiro 2012

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La nueva vida de Colchagua.
Revista Wiken, Enero 2011.

Un valle tradicional en el paisaje vitícola chileno se reinventa con nuevos vinos, nuevas zonas y nuevas cepas (como el grenache, el mourvedre o el ya conocido carignan), pero con la misma amabilidad rural de siempre. Aquí, los mejores datos para comer y beber.

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POR PATRICIO TAPIA Me encuentro, literalmente, en la punta del cerro. A cerca de 900 metros sobre el nivel del mar, en la zona de Puquillay, Valle de Colchagua, los viñedos de la viña Luis Felipe Edwards se extienden por las laderas, bajando hacia el valle entre árboles y rocas que sobresalen en la montaña. Un paisaje completamente inédito en Colchagua, un valle que hoy se encuentra en un proceso no sólo de reinvención, sino que también de autodescubrimiento, como con estos cerros.

Mi teoría, al menos la teoría con la que viajé a Colchagua, es que el clima cálido de este valle, más que para cepas como el merlot o el cabernet sauvignon (y ni hablar de blancos), está destinado a madurar al estilo “mediterráneo”, con uvas acostumbradas al sol como, por ejemplo, el syrah, lo que no es ninguna novedad porque buenos syrah en Colchagua hay muchos.

Pero últimamente está apareciendo una nueva camada de vinos hechos con cepas menos conocidas, aunque igualmente mediterráneas, como el grenache, el mourvedre o el ya conocido carignan. Pionero en este aspecto es Montes con su Outer Limits CMG 2010, una mezcla de estas tres cepas que viene nada menos que de Apalta, allí donde Montes obtiene su ícono de cabernet, el Montes M.

Lo que ha hecho Montes ha sido reinterpretar Apalta y, desde las laderas, obtener un vino exquisito en fuerza frutal, con la clásica madurez golosa de los vinos de la casa, pero con todas las especias y las frutas rojas de estas cepas y una acidez que le da frescor. Esa misma acidez, aunque en un registro mucho más jugoso y quizás también más simple, es el que pruebo precisamente arriba del cerro de Luis Felipe Edwards. Se trata de un grenache, un vino rojo intenso, lo más parecido que he probado en Colchagua a un jugo de cerezas, el tipo de vinos que dan sed. Este tinto, sin embargo, aún no tiene destino en solitario, sino que más bien va para la muy buena mezcla LFE 900, vinos de cerros. Qué bueno sería que la viña se decidiera y lo envasara por separado.

Viu Manent también está experimentando con grenache y mourvedre en sus viñedos de El Olivar y el resultado es sorprendente. Un carácter fresco, a frutas rojas. Se siente cómo las uvas no tienen problemas en madurar, como si se encontraran en su habitat natural. Hasta ahí, mi teoría de un nuevo y más “mediterráneo” Colchagua, ganando terreno a las cepas bordolesas (cabernet principalmente) está más que probada.

Pero la vida en Colchagua no es tan simple. Uno de los aspectos más interesantes del valle hoy es que también se encuentra redescubriéndose. Primero, fueron las zonas hacia la Cordillera, notablemente Los Lingues, en donde viñas como Casa Silva produce algunos de los mejores carmenere de Chile (el Microterroir es el mejor ejemplo), mientras que hacia Paredones, una zona costera, los mismo Casa Silva, y también Santa Helena, están diseñando sauvignon blanc cítricos, herbales, refrescantes como pocos, blancos, que nada tienen que envidiarles a muchos buenos exponentes de Casablanca o Leyda.

Colchagua, en el fondo, es mucho más que la posibilidad de vinos mediterráneos (vinos para el asado, en el fondo) en la zona central del valle, sino que también -en sus extremos- puede producir tintos y blancos con un sentido más de clima fresco, lo que le agrega diversidad.

Pero ¿qué sucede con el cabernet sauvignon? Si a ustedes les gusta el cabernet goloso, maduro, de cuerpo tremendo, pero sin que eso signifique texturas como lija, Colchagua puede ser el lugar. Yo prefiero los cabernet más especiados y ácidos del Maipo Alto, o quizás también los que hace Colchagua en años más frescos como 2010 ó 2011. Los Vascos, una viña que define su producción en cabernet, ha hecho algunos de los mejores ejemplos chilenos en ese par de cosechas, especialmente la 2011.

En el año 2005, la revista norteamericana Wine Enthusiast escogió a Colchagua como la mejor región vitivinícola del mundo. El valle vivía su mejor momento y se lo merecía. Como pocas zonas, el turismo vitícola gozaba de una organización impecable y atractivos gastronómicos para complementar la oferta. Luego vino el terremoto, que arrasó el valle. Hoy, a pesar de las pérdidas en el patrimonio arquitectónico colchagüino, las instalaciones turísticas están funcionando. Es hora de ir a Colchagua y descubrir un valle que ofrece probablemente los mejores vinos que ha hecho en su historia.

Comer en el campoYa es hora de que la palta reina recupere su ancestral protagonismo. O eso al menos uno piensa cuando prueba la versión del restaurante Motemei (Tel 09-6395426) en donde el chef Patricio Cáceres se atreve con este clásico, pero también con pichangas (la “de barrio” es sencillamente fundamental), las criadillas, la lengua tártara o las pantrucas (“pancutras”), una cocina deliciosa y auténtica como pocas.

Una de las almas gastronómicas de Colchagua es la chef Pilar Rodríguez. Pilar se instaló en Colchagua a difundir su cocina enfocada en productos locales. Hoy tiene un taller (Tel: 72-841697) en donde ella cocina a la hora del almuerzo y a la suerte de la olla. El lugar se encuentra dentro de la viña Viu Manent, tiene una terraza bajo los árboles que es insuperable para el aperitivo, y la cocina es elegante y simple a la vez. Otro imperdible.

POR PATRICIO TAPIA.

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